El hombre, nada más llegar, vomitó
una serie de clichés en el bar mientras esperaba a que el camarero les
acomodara en su mesa, − “no voy a restaurantes dominicanos por que abusan de las frituras, del arroz con habichuelas…”
− ¿Le apetece una Presidente, una
manzanilla, una copa de cava de aperitivo mientras deciden la comida?, le
preguntó Manuel a la vez que le pasaba
la carta abierta por la sección de los pastelones a la señorita y la de
vino al señor.
Tras un lapso de indecisiones, en
que le dio tiempo a la mirada para repasar varias veces las secciones de las
ensaladas, los pastelones, las yaroas, el pescado guisado con coco, la guinea con arroz basmati y el chuletón de vaca con mostaza antigua y
yuca crujiente, el helado de mango… y con el último sorbo del cóctel de agua de coco con ron blanco y lima en
la mano, hizo seña al camarero. La cocina tenía ya la idea, la cocina siempre
se hace a la idea aunque nunca llegue a ver al comensal, de que se decantaría
por una ensalada de arenques con lechosa y salsa de chinola y mostaza, y de
segundo nos estábamos disputando un lomo de ternera a la parrilla para él,
cuando llegó la esperada comanda.
− Marchando una de arañitas de yuca con salsa picante, unas croquetas de bacalao con coco, una ración de quipes con hierbabuena y termina con un pescado frito al estilo de Boca Chica y un chicharrón de pollo.
− ¿Te imaginas que al señor les gustaran las frituras? se escuchó al fondo.
− Marchando una de arañitas de yuca con salsa picante, unas croquetas de bacalao con coco, una ración de quipes con hierbabuena y termina con un pescado frito al estilo de Boca Chica y un chicharrón de pollo.
− ¿Te imaginas que al señor les gustaran las frituras? se escuchó al fondo.
La freidora conectó su turbo, el
aceite se puso que echaba chispas y los nervios de los camareros, como papel de
cocina, absorbieron toda la impaciencia de los demás.
Cuando el camarero les trajo el
dulce de leche cortada y el café, el señor le susurró: –dile al cocinero que no me
pienso ir hasta que me dé su truco para conseguir un pollo tan sabroso, tan
crujiente y a la vez jugoso por dentro.
−Los cocineros nunca revelan sus
secretos, dijo la dominicana con una expresión en la cara difícil de identificar
si era de confusión porque su novio había elegido todos los platos fritos o de
satisfacción por cómo lo estaba disfrutando.
El cocinero, que piensa que si
los trucos no se revelaran él no hubiera aprendido, le sonrió.
−Aunque le diga que el pollo se
sazona con mucho jugo de lima, ajo y orégano, usted no se pondrá un restaurante y
mucho menos dejará de venir al Colmado, si además le digo que para que quede bien
crujiente, después de haberlo pasado por harina, se fríe a temperatura media, se
saca del aceite y se deja escurrir, si es posible hasta que se enfríe del todo,
para luego subir el aceite a su máxima temperatura y sumergirlo hasta que quede
dorado para comer de inmediato.
Salieron al bar, ella pidió un trago de Brugal 1888 y él una copa de mamajuana, que aquí se sirve en copa de
balón con abundante hielo y decorado con una rama de canela. Se acomodaron en
las butacas de mimbre y se quedaron toda la tarde como el que se sienta en la
galería, en pleno campo a escuchar unos merenguitos, acompasados al caer la
tarde.
Se hicieron la foto junto al
cartel del Colmado que cuelga por encima del sofá y se despidieron dejándonos
convencidos de que habían vivido una experiencia única. ¡Y volveremos!
[Esta es una serie de historias ficticias, cualquiera que experimente alguna experiencia similar sería por pura casualidad]
[Esta es una serie de historias ficticias, cualquiera que experimente alguna experiencia similar sería por pura casualidad]
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