Puse un hueso de vaca, de la parte de la caña, la que tiene tuétano, junto a media gallina, la parte verde de un puerro, cebolla, ajo, zanahoria, auyama, cilantro, unas raíces de pipiota (la más pequeña de los parientes del ñame también llamada malanga) y un trozo de yuca. Puse mucho empeño y toda el agua que el Canal de Isabel II me proveyó en funditas tres horas antes de que restablecieran el servicio que habían cortado por la madrugada debido a una rotura en el mismo medio de la calle, en el mismo frente del Colmado. No puse nada de sal. Se quedó en el fuego todo el día.
Cuando todos los integrantes habían ocupado su sitio en la olla y se habían acomodado a su nueva función, la de dar todo de sí para el mejor sancocho, me puse a guisar un buen trozo de morcillo de ternera, y unas costillas de cerdo ibérico puro de bellota que Juan Carlos me proveyó de la exclusiva dehesa de Maldonado, Extremadura, la única carne de cerdo que he probado en España, en 20 años, que me llevó con la consciencia a la más alta infancia de palmas y pangola.
Sepa usted que mientras mi cocina perfumaba todo el barrio con su acalorado sabor, los demás íbamos pelando calabaza (auyama), plátanos verde, yuca, malanga, zanahorias, cebollas y ajos, para rejuntar todo con cilantro sabanero o de hoja ancha, que me mandó mi madre en una maleta dos días antes de que empezara FITUR, y el más perfumado de los oréganos, el polifacético dominicano. Pues cuando a la gallina ya no le quedaba nada que cacarear, apenas unos pocos huesos, saqué toda la carne y trituré todos los vegetales, consiguiendo una crema semi-densa y de color amarillo claro que ya apetecía.
Cogí mi olla más grande, a todo esto mi preocupación por ofrecer sancocho en Madrid a dominicanos recién llegados del paraíso, con los sabores y los recuerdos aún en jet lag. puse mi caldo-crema, metí "todas las carnes", que ya estaban a punto, y atropellé todos los vegetales, los tubérculos y las hojas aromáticas, todo al mismo tiempo. Tapé cariñosamente, bajé el fuego y dejé que una legión de calorías se apoderara de toda la paila, hasta inundar todo el restaurante y subir por el patio interior hasta la ventana del vecino más indiferente (el del 2ºD por si a alguien le interesa. El día después me denunció por tener unos troncos que me sobraron de la mesa larga del bar. Yo creo que fue por envidia, porque no se lo dí a probar). El sancocho no se debe mover hasta que no lleve un buen rato hirviendo desde que se le agregan los tubérculos, ese es el truco para que espese bien, no se corte e integre todo. Imagínense con una muchedumbre tan variopinta conviviendo juntas en un caldero. La armonía no debe romperse...
Pues tengo que decir que mientras yo le decía a Mary que tratara de no ofrecer el sancocho a los que tuvieran pinta de venir de Santo Domingo a la feria, estos coincidían en que servir un caldo de sancocho en FITUR fue la más agradable de las sorpresas y uno de los más sabrosos aperitivos habidos y por haber. Con un toque de picante bastante justo, que le dí con unos pocos jalapeños, a punto de sal y a punto de calor para un Madrid que se mantuvo todo el fin de semana a su más baja temperatura.
-¿Un gazpachito de frutas tropicales?
-No gracias, haré la cola para el sancocho.
-¡Mary quita la paila del mostrador, antes de que te la quiten de las manos!
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