Puse un hueso de vaca, de la parte de la caña, la que tiene tuétano, junto a media gallina, la parte verde de un puerro, cebolla, ajo, zanahoria, auyama, cilantro, unas raíces de pipiota (la más pequeña de los parientes del ñame también llamada malanga) y un trozo de yuca. Puse mucho empeño y toda el agua que el Canal de Isabel II me proveyó en funditas tres horas antes de que restablecieran el servicio que habían cortado por la madrugada debido a una rotura en el mismo medio de la calle, en el mismo frente del Colmado. No puse nada de sal. Se quedó en el fuego todo el día.


Cogí mi olla más grande, a todo esto mi preocupación por ofrecer sancocho en Madrid a dominicanos recién llegados del paraíso, con los sabores y los recuerdos aún en jet lag. puse mi caldo-crema, metí "todas las carnes", que ya estaban a punto, y atropellé todos los vegetales, los tubérculos y las hojas aromáticas, todo al mismo tiempo. Tapé cariñosamente, bajé el fuego y dejé que una legión de calorías se apoderara de toda la paila, hasta inundar todo el restaurante y subir por el patio interior hasta la ventana del vecino más indiferente (el del 2ºD por si a alguien le interesa. El día después me denunció por tener unos troncos que me sobraron de la mesa larga del bar. Yo creo que fue por envidia, porque no se lo dí a probar). El sancocho no se debe mover hasta que no lleve un buen rato hirviendo desde que se le agregan los tubérculos, ese es el truco para que espese bien, no se corte e integre todo. Imagínense con una muchedumbre tan variopinta conviviendo juntas en un caldero. La armonía no debe romperse...

-¿Un gazpachito de frutas tropicales?
-No gracias, haré la cola para el sancocho.
-¡Mary quita la paila del mostrador, antes de que te la quiten de las manos!
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