La Feria de Macoris

Llegamos a la hora en la que el sol se iba tiñendo de dorado, y una luna creciente se transparentaba detrás de Santa Ana, convirtiéndose en parte de la organización de la feria. Muy pequeña, pocos stands, pero muy pretenciosa e impecablemente organizada.

Por los medios prometían un espacio donde te podía involucrar en el proceso del chocolate, desde cuando era sólo un germen hasta su más fina y tentadora presentación. Así empezó la tarde que terminaría en noche muy espesa, con escenario folclórico, banda de jazz, parrillada, y cerveza bien fría.
Imprescindible, y claramente identificado el cartel de “Entrada a la feria”, aparentemente ilógico en medio del abierto Parque Duarte, que más bien parece un jardín jurásico, pero muy necesario para entender el ascenso a la experiencia más rica de la  provincia. El ingeniero agrónomo del stand de agricultura, tomó su caliente receso justo cuando llegó nuestro turno, y nos quedamos untando las ganas de aprender sobre las variedades que se plantan en la región y sobre el cultivo orgánico, que está dando mucho de qué hablar y que situa a la República Dominicana en un lugar de  privilegio en el Orbe de las tiendas gourmets más cosmopolita.
Gracias a Dios que don Clemente Fabre vino a socorrernos, él es agricultor, con ciento once tareas sembradas de cacao en la loma El Guineal. Empezó su relato con orgullo, como si fuéramos los únicos en interesarnos por detalles tan técnicos  e irrelevantes para un público que busca productos de la zona a precios de feria. Nosotros sólo sembramos del “bronco”, nos dijo, que es el que se da en los montes de por aquí porque, aunque pare menos que el híbrido, es fértil todo el año. Ese otro, en cambio, cuando termina la cosecha se pela, como castaños en el otoño de los países fríos, y hay que volver a esperar hasta la próxima cosecha. Los pequeños agricultores venden la mazorca a las cooperativas de la zona y éstos venden la almendra, ya fermentada y seca, casi en su totalidad a la familia Rizek, el gigante de esta industria que trasciende las fronteras de la Isla.
Siguiendo por nuestra ascensión, llegamos  a la carpa de Roig Agro-Cacao donde Joan Manuel Peña nos comentó que la empresa, aunque también es productora, se dedica a comprar a los cacaocultores por todo el país, fermentan, secan y  venden a mercados tan exigentes como Japón, Reino Unido y Estados Unidos. Como es de esperar es una de las 5 principales empresas del país, tienen planta procesadora en Baní, Yamasá, Santo Domino y almacenes de recolección en puntos estratégicos de la geografía.
Mi inquietud sigue sin respuesta coherente, sobre el sistema que coloca a la República en la cabeza de las tierras proveedoras de cacao orgánico del globo, pero que, paradójicamente, y sin aparente sentido, produce chocolate que podría estar a la cola de refinamiento y calidad competitiva. Falta de visión, fue la respuesta más lógica en esta parada.
En el kiosco que preside todo parque de provincia, se concentraba el ruido y la alegría de una verbena de fiesta patronal, cara pintada para niños, algún que otro payaso y gente de todo tipo probando la tarima y armando sonidos y luces para lo que se avecinaba más tarde. A punto de embriagarnos con los licores de cacao, alguno de ellos con algo de interés. No entendí porqué fusionan cacao con maíz, con lo poco que uno le aporta al paladar del otro, más aún cuando el cacao es una fruta que, cuando madura, obtiene bastante azúcar y sus levaduras viven en constante estado de excitación.
El sol, que ya bajaba por detrás del ayuntamiento, nos impedía captar la mejor foto del edificio, pero en cambio disfrutamos de un finísimo pie de guayaba y un café cremoso en Moya, una de las más antiguas panaderías, convertida ahora en un riquísimo y elegante “dinner”, con toda la influencia neoyorquina que se le pueda atribuir a esta pequeña capital de provincia.
En ese brevísimo “crepúsculo” la feria se había transformado y un derroche de luces, colores y actores caracterizando estatuas, nos condujo hasta “CACTUS”, la única empresa de los exponentes, que fabrica y comercializa una línea completa para peluquerías muy exquisitas, con productos del cacao.

Aquí volvió otra de esas interrogantes nacionales. Esta empresa compra manteca de cacao nacional, pero necesita proteína de cacao que debe traer de Brasil. ¿Lo pillas? Bueno…, mejor seguir con la fiesta, porque ellos entonces venden, a Estados Unidos, España y otros mercados importantes. Una por otra.
Suerte que encontramos a Doña Esperanza Henriquez, licenciada en trabajo social y cooperativismo. En la cooperativa COOPCANOR, nos cuenta, involucran a los jóvenes para que el negocio del cacao no baje de las montañas del Nordeste cuando los mayores no tengan fuerzas, los incentivan organizando concursos y abriendo una cuenta con un fondo económico, a nombre del ganador, que podrá ahorrar o invertirlo en educación. Junto a cursos y seminarios afín a la agricultura de esta mazorca, enseñan secretariado y administración para los jóvenes que no se identifican con el campo pero que puedan participar con la economía familiar en la administración de las fincas.


Después de este ilustrativo relato, entenderían ustedes si les cuento que prefiero saltarme las carpas, caracterizaciones y minitiendas de Rizek, y Cortés Hermanos, que dominan el universo del cacao y el chocolate nacional, casi a niveles de monopolio. Pero que a muy buena hora, y con orgullo nacional, contribuyen muy a pulso con el desarrollo de esta región, que quien no entiende lo que supone el cacao y el arroz para los macorisanos, mete en el mismo sendero a aquellos rancios narcos que enturbiaron durante los noventa toda la rivera del Jaya y la reputación de la pequeña ciudad. Y es que no es en vano que a las tabletas se les llame lingotes de chocolate.
Pero aquella duda, que me condujo hasta esta sensual experiencia, entre otros intereses, obtuvo su recompensa cuando descubrí, al final de esta mini feria, la suave textura de una finísima cobertura de chocolate que iba del 70% hacia abajo. Unas muchachas y muchachos jóvenes, muy bien preparados y con la idea en alto, en representación de Herdman Foods, trataban de hacer saber a todo el público que  en esta República había alguien haciendo un gran esfuerzo para que nosotros, los que trabajos con productos de muy alta calidad, no tengamos que recomprar el mismo cacao de Macoris  a molinos y manufactureras suizas, a donde lo manda Rizek de paseo por sus medios propios. Unas lágrimas de chocolate amargo que se deshacen casi con el tacto, lingotes con el porcentaje que se les pida, y cacao en almendra finamente tostado para que nuestros restaurantes y hoteles puedan presumir, de un postre de chocolate dominicano puro. Y no hablo de los precios, sólo imaginarse el ahorro del flete de ida y vuelta a Europa.  Con este descubrimiento sentí lo mismo que si hubiera desayunado una humeante taza de chocolate con pan de la antigua panadería Pele, en casa de mi madre, después de un intenso madrugón.
El único hotel del centro rebozaba de extranjeros en bermudas, los cafés y restaurants ofrecían, como siempre, el glamour y clasicismo de esta capital y en la tarima, una excelente banda de jazz se derretía a las 11 de la noche sin parroquia por falta de comunicación de la actividad. Poco que criticar a esta segunda entrega de la feria.
La mañana del domingo, a 20º, se levantó con toda la influencia del estado de Nueva York y un pesado banco de niebla, similar a cualquier día del otoño del Norte, nos dio los buenos días con un self-café del hotel Líbano, insulso e impropio para estas tierras, y nos condujo hasta Cenoví, donde Don Carlos Villa, capataz de la finca “la Rosa de Cenobi”,  sentado en la enramada de banco continuo y mesa interminable, nos plantó los pies sobre las hojarascas. Dos horas después, salimos satisfechos, con aguacates y zapotes en las manos, olorosos a cacao fermentado, conocedores de la técnica de la agricultura orgánica  y afirmado el poderío imbatible de Rizek. Más de 700 tareas, flanqueadas por el río Cenoví y atravesadas en canal por la carretera, hace 6 años Rizek la vendió a la “Agrícola Ganadera García Santos”, pero sigue comprando y controlando  la calidad de su producción, vamos, que sólo se ahorraron el fue
rte olor del grano en fermentación.

Mientras que todos los caminos conducen a Roma, Macorís sigue contando con que la familia Rizek conserva su sede centenaria en la ciudad (otros ya  han echado el vuelo) y muchos ciudadanos, sobretodo campesinos, se suman cada día a la producción orgánica de calidad, rechazando químicos, limpiando a pulcritud y reciclando plásticos y vidrio que, de una manera u otra, repercuten en la imagen de San Francisco de Macoris, una de las ciudades más organizadas y limpias de la Isla. Lo comido por lo servido. 
Gobernación de la Provincia







Palacio del Ayuntamiento
De Moya restaurant

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