La ventana de Caracas



Mientras aún el lechón titiritaba en el horno, ya los músicos hacían sonar el perico, la noche, de rojo intenso y azul caribeño, prometía y dio.
El Ávila coronaba su cabeza de tul radiante y enfriaba los deseos a los pies de la ciudad. Y las damas apuraban sus tacones. 

En un momento, como por arte de magia, el bufete estaba disperso por toda la terraza. El sancocho se atrincheró en la parrilla con el arroz y el aguacate en la retaguardia. En frente, apoyado a una de las columnas, se asentó el pastelón de plátano maduro y berenjenas asadas. El lechón, asado únicamente con ajo orégano y naranja agria se hizo acompañar por unos domplines chipi chipi de masa abizcochada y perfumados con ron.
Al lado, el clásico pescado con coco se hizo de unas crujientes y doradas arañitas de yuca con anís.

La ensalada, que quiere guardar la línea se colocó donde todos la vieran y no quiso más que unas orlas rojas de rábano, unas julianas de bulbo de hinojos y mi salsa de chinola y miel.

La banda dio su saxofonazo se salida y tras un baile típico Miguelina dio su discurso de bienvenida. La élite caraqueña, dominicanos de aquí y de allá. Todos desbordaban la terraza de la piscina y la paz y la generosidad de la anfitriona fue interpretada y aplaudida intensamente.


Llegando mi turno, presenté la comida, la gente salibó al escuchar los platos más representativos y yo me fui corriendo junto a Indhira a repartir sancocho a tajo y a destajo.


Se produjo tal derroche de alegría y fiesta que en una abandoné el cucharón y baile hasta los sudores con la directora de cultura del ministerio, con Indhira, con Miguelina hasta embriagarme de mangulinas y merengues.


Así transcurrió todo el fin de semana colmado de artesanía y cigarros; de arroz, pollo criollo, bistec encebollado, habichuelas con dulce, cóctel de frutas, quesillo de piña, bombones de chocolate rellenos de dulce de leche e higos, ron añejo, chivo liniero, ensalada de tayota, crema de mariscos, sopa de pescado, fiesta, bailes, risas, anécdotas nacionalidades desde Patagónica hasta Palestina.



La oficina de Turismo de Caracas, Miguelina, el Gran Meliá y todos, todos los colaboradores, botaron la bola tan lejos que será difícil romper la marca.
Lo que se anunciaba como un encuentro culinario el el Gran Hotel Meliá convirtió en la gran fiesta dominicana de Caracas. El sabor dominicano brotaba por las paredes.

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